Empezaremos, naturalmente, preparando el ambiente con esta plática de tipo esotérico. Espero que los hermanos, pues, pongan toda su atención.

            Es necesario comprender la necesidad de aprender a vivir. Las experiencias de la vida diaria son muy útiles; desafortunadamente, las gentes las repudian, las enjuician, las detestan, etc.; muchos se quejan de sí mismos y de los demás, y se asombra uno de ver cómo es que las gentes subestiman las experiencias. Nosotros debemos actuar a la inversa: tomar las experiencias para nuestra propia autorrealización; ellas, en sí mismas, pueden ofre­cernos material didáctico suficiente como para el desarrollo de la Esencia, o en otras palabras, para el crecimiento anímico.

            Así pues, las experiencias resultan ciertamente magníficas en todo sentido. No es posible sacar material didáctico, para el desarrollo de la Conciencia, de cualquier otro lugar que no sea de las experiencias; por eso es que quienes las repudian, o quienes protestan contra las dolorosas experiencias de la vida, obviamente se privan de lo mejor: se privan, precisamente, de la fuente viva que puede conducirlos al ro­bustecimiento de la vida anímica.

            Cuando uno toma las experiencias como ma­terial didáctico para su autorrealización, des­cubre sus propios defectos psicológicos, porque es en relación con la humanidad, es en relación con nuestros familiares, es en relación con nuestros compañeros de trabajo, en la fá­brica, en el campo, etc., como nosotros, me­diante las experiencias, logramos el autodescubrimiento. Obviamente, las experiencias son las que nos hacen aflorar nuestros propios errores. En presencia de nuestros insultadores, por ejemplo, aflora el Yo de la ira; en presencia del vino, aflora el Yo de la borrachera; en presencia de personas del otro sexo, si no esta­mos alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, aflora la lujuria.

            Así pues, resultan útiles las experiencias para conocernos a sí mismos. Obviamente, lo principal es no identificarnos con ningún acon­tecimiento, con ningún evento, con ninguna circunstancia; necesitamos aprender a ver los distintos eventos y circunstancias, sin identifi­carnos con los mismos; necesitamos aprovechar cada experiencia, por dolorosa que sea, para el autodescubrimiento.

            Cuando uno se está observando a sí mismo, ve cuan útiles son las experiencias. Si nos reti­ráramos a una caverna solitaria sin habernos autodescubierto, sin habernos conocido a sí mismos, sin haber disuelto el Ego, el resultado sería el más absoluto fracaso. En los Himalayas, muchos anacoretas vivie­ron en cavernas y hasta desarrollaron algunos Shiddis, es decir, poderes; esos ermitaños, a base de rigurosas disciplinas esotéricas, consiguieron el Samadhi, y gozaron entonces en el mismo, penetrando en el Alaya del Universo y hasta perdiéndose por instantes en el supremo Parabrahatma Hatma­. Lo que sucedió, realmente, fue que entrenados en las más diversas disciplinas de la mente, tales cenobitas lograban desembotellar la Esen­cia, la Conciencia, y ésta, en ausencia del Ego, vino a experimentar eso que no es del tiem­po, eso que está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente. Embriagados, pues, con el soma del Samadhi, se creyeron Mahatmas, nunca trabajaron sobre el Ego, jamás se preocuparon por desintegrar los diversos agregados psíqui­cos, sólo se especializaron en la Yoga de la Meditación. Ya desencarnaron, y como quiera que indubitablemente se habían hecho atletas de la Ciencia del Dhyani o Medita­ción, la Esencia, momentáneamente, pudo has­ta penetrar en los Planetas del Cristo, flotar en el ambiente de tales planetas, desafortunadamente sin poder ingresar a las corporaciones de dichos mundos. Pasado el éxtasis, la Esencia volvió otra vez al Ego, al interior del mí mismo; posterior­mente retornaron, regresaron, se reincorpora­ron, y ahora son, en el mundo occidental, per­sonas vulgares, comunes y corrientes, y tanto en el Oriente como en el Tíbet, se le sigue aún todavía venerando como a santos.

            Es necesario entender la necesidad de desin­tegrar el Ego, y no sería posible esto si no apro­vecháramos las duras experiencias de la vida. Hay personas, también, que después de un trabajo de observación constante, con los dis­tintos eventos de la existencia, se olvidan del trabajo; entonces las experiencias vuelven a ser tomadas como antes.

            Cuando uno toma las experiencias de la vida como un medio para llegar a un fin, como un medio para el autodescubrimiento, como un medio para la autoobservación, puede sabo­rearlas (el sabor del trabajo es algo maravilloso; le da, a uno, una exquisitez inefable). Cuando uno descubre que tiene tal o cual defecto psicológico, y lo elimina, entonces viene a saborear el trabajo (es un sabor inconfundible); pero cuando uno, después de haber trabajado, abandona el trabajo sobre sí mismo y vuelve a tomar las experiencias de la vida tal como antes, es decir, vuelve a reinvertir el sentido de las experiencias, entonces, indubitablemente, sentirá otra vez el mismo sa­bor de la rutina diaria, el mismo sabor a vida de siempre.

            Hay pues que distinguir, claramente, entre el sabor trabajo y el sabor de la vida rutinaria. Por eso yo les digo a us­tedes, mis caros hermanos: no huyan de las experiencias de la vida, aprovechen hasta la más simple experiencia para el autodescubrimiento. Cualquier evento, por insignificante que sea, permite el autoconocimiento; porque precisa­mente, es en relación con las distintas gentes como viene uno a autodescubrirse, a descubrir sus propios errores; estos afloran solos, tan es­pontáneamente, que basta estar en estado de alerta para verlos. Defecto descubierto, debe ser trabajado, debe ser enjuiciado, debe ser anali­zado correctamente, debe ser comprendido a través de la técnica de la meditación. Posteriormente, viene la ejecución, la diso­lución; cualquier agregado psíquico puede ser disuelto con la ayuda de Devi Kundalini Shakti, nuestra Madre Divina. Si noso­tros le suplicamos que elimine de nuestro inte­rior el agregado psíquico que hemos com­prendido, ella así lo hará, lo desintegrará, y quedaremos libres de tal defecto. ¡Cuan dicho­so se siente uno, cuando elimina de sí mismo algún defecto; siente uno como si le hubieran quitado una abrumadora carga de encima! ¡Cuánta dicha! Y a medida que los distintos agregados psíquicos se van desintegrando, la Esencia, el Buddhata va siendo liberado, y cuando todos los agregados han sido reducidos a polvareda cósmica, desaparece la Conciencia egói­ca y sólo queda la Conciencia limpia del Ser, la Conciencia prístina, original. Así pues, bien vale la pena que aprovechemos las experiencias prácticas de la vida para el autodescubrimiento; sin ellas no seria posible el autodescubrimiento.

            Esos ermitaños que en tiempos idos, se en­cerraron en las cavernas para meditar, alimen­tados por ahí con hierbas, con raíces del bos­que, consiguieron hacerse atletas del Samadhi; algunos lograron hasta el Satori, el Vacío Iluminador irrumpió en sus mentes, más nunca pudieron realizar en sí mismos el Vacío Iluminador (una cosa, mis queri­dos hermanos, es experimentar el Vacío Iluminador, y otra cosa es en verdad, les digo, es realizar en sí mismos al Vacío Iluminador). Hubo santos, místicos, ermitaños en el Oriente que experimentaron el Vacío Ilumi­nador, pero como quiera que no trabajaron sobre sí mismos, como quiera que no eliminaron los agregados psíquicos, no pudieron realizar en sí mismos el Vacío Iluminador.

            Experimentar la naturaleza del Vacío Ilu­minador es útil, mis queridos hermanos, muy útil, pero si solamente nos quedáramos en ese estadium del Ser, si no autorrealizáramos interiormente el Vacío Iluminador, habremos perdido el tiempo lamentablemente. No podríamos, verdaderamente, realizar en sí mismos el Vacío Iluminador, si no trabajáramos desin­tegrando el Ego, el mí mismo, el sí mis­mo. Así que, vale la pena reflexionar profundamente en todas estas cosas.

            A medida que nosotros vayamos desintegrando en sí mismos al Ego, la Conciencia se irá liberando, y cuando hayamos logrado la desintegración absoluta del mí mismo, la Conciencia estará absolutamente liberada: entonces el Vacío Iluminador habrá sido realizado en cada uno de nosotros.

            Sólo aquellos que han realizado en sí mis­mos el Vacío Iluminador, pueden vivir en los Planetas del Cristo. Sepan ustedes que alrededor de cada Sol que nos ilumina, giran los Planetas del Cristo; ellos son de naturaleza espiritual, no material. Hay dos naturalezas: la una, es mutable, pasajera, perecedera (es la naturaleza del mundo físico); más hay otra naturaleza: la naturaleza de los Planetas del Cristo, que es inmor­tal, inmutable, imperecedera, terriblemente divina; en esos planetas viven las humanida­des divinas, dentro de cada criatura de esas, mora el Cristo, el Cristo resplandece en cada criatura. Pero intentar convertirse en habitante de los Planetas del Señor sin haber eliminado el Ego, es absurdo; querer eliminar el Ego renunciando a las experiencias de la vida, o protestando contra las mismas, o desesperando, o identificándose con cada evento, es estúpido. El material didáctico para la autorrealización, no sale de ninguna otra parte sino de las expe­riencias de la vida.

            Así pues, tomemos cada experiencia, por dolorosa que sea, con alegría; pensemos en que nos da el material didáctico, suficiente para la autorrealización. No cometamos el error de identificarnos con ningún evento, tampoco cometamos el error de repudiar evento alguno; cada evento de la vida es útil.

            Cuando hayamos disuelto la totalidad del Ego nuestra Mente Interior se habrá abierto. Ya les he dicho a ustedes que hay tres mentes, y hoy se los repito. A la primera podemos denominarla Mente Sensual (en ella está la «levadura de los sadu­ceos», groseros y materialistas); la segunda es la Mente Intermedia, y tercero es la Mente Interior. En la Mente Intermedia están las creen­cias de las distintas religiones, es la «leva­dura de los fariseos». Jesús El Cristo dice: «Cuidaos de la levadura de los saduceos y de los fariseos», es decir, «cuidaos de las doctrinas de los saduceos materialistas, de los fariseos hipócritas» (esas son palabras del Evangelio del Señor).

            ¿Qué puede saber la Mente Sensual sobre lo real, sobre la verdad? ¡Nada! ¿Por qué? Porque ella elabora sus conceptos de contenido, exclusivamente con los datos aportados por los cinco sentidos. La Mente Intermedia tampoco sabe nada de lo real: allí están las «doctrinas de los fariseos», y bien sabemos que asisten a sus santos oficios, o ritos, para que otros digan de ellos lo mejor, mas nunca trabajan sobre sí mismos; fundamentan su religión únicamente en las creencias, y eso es absurdo.

            Con la muerte del Ego se abre la Mente Interior, y ésta es distinta; ésta funciona con los resortes de la Conciencia, ésta recibe los datos de la Conciencia Superlativa del Ser, y con tales datos elabora sus conceptos de con­tenido. Como quiera que la Conciencia trascenden­tal y superlativa del Ser tiene poder para experimentar lo real, la verdad, obvia­mente la Mente Interior, al ser así informa­da, tiene buenos datos para elaborar sus conceptos de contenido (por algo es que a la Mente Interior se le denomina «Razón Ob­jetiva», por algo es que a la Mente Sensual se le denomina «Razón Subjetiva»).

            Quien tenga desarrollada la Mente Inte­rior, conoce lo real, la verdad, cono­ce eso que está más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente; conoce los Misterios de la Vida y de la Muerte, no porque otros se los diga o se los deje de decir, sino por experiencia mística directa. Quien tenga desarrollada la Razón Objetiva, es un iluminado; mas hay seis grados de desarrollo de la Razón Objetiva: estos seis grados se conocen por los tridentes que existen en los cuernos.

            ¿A qué «cuernos» me estoy refiriendo? A los cuernos de plata de los hiero­fantes, a los cuernos de Lucifer (este Lucifer no es otra cosa que la reflexión del Logos en nosotros, la sombra del Señor, ubicada dentro de nosotros mismos, en nuestro interior, para nuestro bien). ¿Podríamos acaso ascender hasta El Gól­gota del Padre, por otro camino que no fuera el cuerpo de Lucifer, las espaldas de Lucifer? ¡Imposible! ¿Podría alguien, acaso, trabajar en la Forja de los Cíclopes sin el impulso de Lucifer? ¡Imposible! Lucifer da el impulso; si nosotros sabemos cla­var la lanza en su costado, lo vencemos. Ven­cido el dragón, subimos, utilizando su espalda como escalera. «La tentación es fuego, el triunfo sobre la tentación es luz». Si logramos vencer a Lucifer, subimos de grado en grado por su espal­da; cada triunfo sobre Lucifer implica, de hecho, un peldaño en el ascenso, y así, de pel­daño en peldaño, llegamos a la cumbre del Ser, subimos por la montaña del Ser.

            Siete o seis grados de desarrollo de la Razón Objetiva, ponen los cuernos de Lucifer. Sí, allí está la base. Mientras uno tenga un tridente en esos cuernos, ya ha subido, uno, un grado; y quien tenga dos triden­tes, indica un segundo grado de desarrollo en su Razón Objetiva; y quien tenga un tres, ha perfeccionado su mente hasta el tercer gra­do de su Razón Objetiva; pero quien tenga los seis grados, los seis tridentes en sus cuernos, habrá alcanzado la perfección ab­soluta, y la Razón Objetiva del Ser, habrá llegado al sagrado Anklad, y po­drá permanecer en él, será perfecto, y todos los Coros de las Egolatrías de este universo, los cuatro grandes coros o grupos, le obedecerán, le venerarán. Tener los seis grados de la Razón Objetiva, es haber llegado a la absoluta iluminación, al conocimiento objetivo absoluto (sin lagunas) de los Misterios de la Vida y de la Muerte, de los Misterios del Logos, de los Misterios del Abismo y del Cielo; es haber abierto, comple­tamente, su mente a lo real; por eso, quien llega al sexto grado, puede reposar en el sagrado Anklad. Quien llegue al sexto grado, se encuentra tan sólo a tres grados de la infinitud que todo lo sustenta y esto hay que saberlo entender. Quiero, pues, que los hermanos reflexionen, profundamente, en todo esto.

            Mucho se ha hablado sobre los chacras, discos o ruedas magnéticas del Cuerpo Astral. ¿Son útiles? Sí, son útiles; pero todas esas ruedas, chacras o discos magné­ticos, etc., a pesar de ser tan maravillosos, pues nos permiten las extrapercepciones, resultan en verdad como míseras bujías de sebo ante la Razón Objetiva del Ser. Puede la clarividencia, por ejemplo, ser muy hermosa, y ¿quién negaría los poderes intrínsecos de los chacras?, ¿quién negaría los poderes intrínsecos de tan maravillosos chacras? Más ellos, en sí mismos, son como el fue­go de un cerillo, comparado con la luz del Sol (así son, si los comparamos con la iluminación que da la Razón Objetiva del Ser).

            De manera que, ¿cuál es el máximo, o los máximos poderes que el anacoreta gnóstico puede lograr? ¿Estarán en los chacras? ¿Dónde estarán? En verdad, hermanos, les digo que no están en los chacras. Entonces, ¿dónde están? Les digo, en verdad: están en la Razón Objetiva del Ser. Más, para perfeccionar la Razón Objetiva del Ser, se requiere la eliminación de los ele­mentos subjetivos de las percepciones, o en otros términos: la eliminación de los diversos Yoes. Luego, si así procedemos, si nos resol­vemos a pasar por la aniquilación budista, tan temida para los señores del teosofismo, entonces, y sólo entonces, podre­mos reposar en el sagrado Anklad.

            Hay dos psiquismos: el inferior, que está re­lacionado con los chacras, y el superior, que pertenece a la Conciencia trascendental y su­perlativa del Ser, a los valores étnicos de lo divinal, de lo trascendental, a la cultura universal, espiritual, divinal… ¿Que el psiquis­mo inferior no cumpla finalidades? Sería ab­surdo negarlo: sí cumple algunas finalida­des. ¿Que el desarrollo de los chacras sea inú­til? No digo así, no pienso así; es útil hasta cierto punto, pero no es todo. Cuando uno ha despertado Conciencia y ha abierto en ver­dad la Razón Objetiva y puede la Razón Ob­jetiva o Mente Interior servir de instrumento a la Conciencia, entonces la iluminación del Ser es absoluta y supera a todos los chacras, pasa más allá de los chacras, entra en el terre­no del Superhombre, del Buddha, del iluminado Buddha.

            Quiero que los hermanos comprendan este aspecto intrínseco, tan profundo; quiero que entiendan también, por tal motivo, la necesidad de pasar por la aniquilación budista. Si así lo hicieren, no les pesará: abrirán su Mente Interior y llegarán a po­seer la iluminación. No quiero decir que antes no sea posible la experiencia del Vacío Iluminador; es posible, como ya les he dicho, pero una cosa es la experiencia del Vacío Iluminador, y otra es la realización íntima del Vacío Iluminador. Cualquier anacoreta puede experimentar el Vacío Iluminador, pero eso no implica, forzosamente, la autorrealización íntima del Vacío Iluminador. Nadie podría realmente autorrealizar el Vacío Iluminador en sí mismo, en tanto no haya eliminado o desintegrado todos esos agregados psíquicos inhumanos que llevamos en nuestro interior. Vale la pena que compren­damos, pues, todo esto, que reflexionemos profunda­mente.

            En el proceso de desintegración del Ego, he­mos de sangrar profusamente, y necesitamos lavar nuestros pies con la sangre del corazón, si es que queremos quedar completamente pu­ros. La autorrealización íntima del Ser es muy grave, gravísima; ha de pasar uno por tor­turas espantosas: muchas veces tiene uno que renunciar a lo que más ama, tiene uno que es­tar dispuesto a perder lo más querido, y repito, lavar los pies en la sangre del corazón. Necesita uno convertirse en algo diferente, en algo distinto; hasta la misma identidad per­sonal debe perderse. Esto quiere decir que un día, habremos de buscar nuestra misma iden­tidad actual y ya no la hallaremos, se habrá perdido para nosotros mismos, porque nosotros nos habremos convertido en algo diferente. Necesitamos volvernos distintos, diferentes, cambiar radicalmente; pero, ¿cómo podríamos cambiar totalmente si conserváramos nuestra actual identidad?

            En este camino, mis queridos hermanos, hay procesos dolorosos, muy dolorosos; el que quiera empezar con éxito, debe empezar con algunos sacrificios físicos, disciplinarios. Yo empecé, en mi actual existencia, caminándome algunos países enteros a pie, sin cinco centavos entre la bolsa, durmiendo por las montañas, envuelto en mis propios trapos para desafiar la plaga, llegando a los pueblos sin dinero, o bien acostándome por ahí, debajo de los aleros de las casas, cuando tenían tales techos o aleros, porque ahora las edificacio­nes se han vuelto tan crueles que si le cae a uno la lluvia, no tiene más remedio que soportarla; ¡así es la crueldad de estos tiempos! Y no me pesa haber caminado sin dinero países enteros, no me pesa haber sufrido la tormenta y los huracanes, no me pesa haber llegado a los pueblos donde nadie me conocía, y sin un céntimo entre la bolsa. Así empecé, y mucho que me sirvió. Yo empecé en una for­ma natural; mi Padre que está en secreto, quiso que así empezara, y así empecé; a otros les ha tocado empezar así, porque su Gurú así lo ha establecido para su bien.

            Conozco el caso de un Gurú de ojos negros, penetrantes, y mostachos negros, que organizó a sus discípulos para una caravana. Reco­rrió países enteros para llegar a Persia desde Rusia, para caminar por ahí, entre la nieve, mujeres y hombres, algunos con los pies des­calzos, sangrando, durmiendo en las montañas, expuestos a los lobos, pero firmes en la disciplina, y así llegar a ese país de Persia, sen­cillamente para encontrar una casa desocupa­da donde vivir… ¡Tonterías!, diría cualquiera; ¿cómo es po­sible un viaje, con un grupo de personas que están sufriendo, a través de las montañas y del hielo, durmiendo en la noche en las selvas, expuestos a los lobos y al invierno? ¿Con qué objeto? (Incongruente, parecería) ¿Para lle­gar, por último, a una casa que han alquilado? Pues para hacerlo, no se necesita de todo eso; para eso, se podría haber hecho el viaje en un maravilloso automóvil o en un avión… El Gurú sabía lo que hacía: si el discípulo viraba a la derecha, el Gurú halaba a la izquierda, y si el discípulo halaba a la izquierda, el Gurú, como al caballo, le halaba las riendas para que virara hacia la derecha. Y al su­frir un poco, sus discípulos se forjaron desde un principio en la dura disciplina, y resultaron magníficos.

            A mí me tocó también forjarme; en princi­pio, en esa dura disciplina; mi Padre que está en secreto, así lo quiso. No lo había entendido; mucho más tarde, en el tiempo, lo entendí: que él había seguido conmigo el mismo proceso que han seguido todos los Gurujis de los tiempos idos, que sometían a los estudiantes, primero que todo, a esas duras pruebas, y no hay duda de que fueron magníficos los estudiantes que por las mismas pasaron.

            Así, queridos hermanos, tenemos que ir eli­minando de sí mismos, muchas pésimas cos­tumbres (hábitos adquiridos) que uno mismo ignora que los tiene: movimientos mecánicos sin sentido, etc. Tiene uno que hacerse cons­ciente de todos sus gestos y actitudes, y elimi­nar lo que no sirve; todo esto requiere una observación muy rigurosa de sí mismos. En prin­cipio es conveniente esa dura disciplina de los viajes dolorosos y cruentos, de las torturas del camino, a fin de forjarse desde un principio como debe forjarse: en la lucha.

            No debemos desmayar, en la cuestión de la autoobservación psicológica. En la medida en que uno se vaya autoobservando, va descu­briendo cuántos Yoes tenía, Yoes que ignoraba que tenía (uno mismo se queda asom­brado cuando se autodescubre).

            ¿Qué diríamos de un caballero honrado, sin­cero, trabajador, magnífico ciudadano, inta­chable, incapaz de quitarle un céntimo a nadie, que de pronto descubra que en el fondo de sí mismo, posee unos cuantos Yoes ladrones? «¡Imposible -diría cualquiera-, no es posi­ble»! No, en esto no hay nada imposible… ¿Y qué diríamos de una dama honesta, magnífica esposa, virtuosa, entregada a su hogar, que de pronto, autoexplorándose profundamente, des­cubriese en el fondo de sí misma, toda una le­gión de Yoes prostitutas? «¡Incongruente!», dirían muchos al oír la explicación de todo esto; «¡qué ilógico, qué paradójico!» Pero en el terreno de la Psicología profunda, todo esto es posible. En el fondo de cada uno de nosotros hay una creación equivocada: Yoes de los antiguos tiempos, Yoes que personifican errores espantosos, y lo más grave es que dentro de los mismos, esté embotellada la Conciencia, siempre ella enfrascada, siempre ella procesándose en virtud de su propio embotellamiento.

            ¿Y cuál es el peor obstáculo que existe para la disolución del Ego? La lujuria. Sí es una palabra terrible, más, ¿quién no la tiene? ¿Alguno de los aquí presentes, podría decir que nunca ha tenido lujuria? ¡Cuán difícil es de­sarraigarla de sí mismos!

            Cuando nosotros analizamos cualquier Yo de lujuria, venimos a evidenciar que se procesa, en cada uno de los tres cerebros, en forma diferente. En el cerebro, dijéramos, puramente emocional, se expresaría como amor; en el cerebro puramente motor-instintivo-sexual, a través del erotismo; en el cerebro exclusivamente intelectual, como planes, proyectos relacionados con el amor, o con el ser que se ama o que se cree amar; sin embargo, he ahí que todos no son sino fenómenos de un mismo Yo que se llama «lujuria». Pero vean cuan distinto se manifiesta en el cerebro intelectual, qué otra forma asume en el corazón, y por último, cuál es su modus operandi en el centro motor-instintivo-sexual. Repito: en el centro motor-instintivo-sexual, como pasión animal; en el corazón, la lujuria asume otra forma que podríamos denominarla como «amor», y en el intelecto asumo otra forma, como proyectos relacionados con ese «amor», como recuerdos de ese «amor». Y es que cada Yo tiene sus tres cerebros: el intelectual, el emocional y el motor-instinti­vo-sexual, eso es obvio.

            Así pues, que dentro de nuestra persona hay miles de personas, y cada una de ellas está organizada con sus tres cerebros; nuestra per­sonalidad no es más que una marioneta, hala­da por hilos invisibles.

            Hay Yoes muy difíciles de arrancar de sí mismos, de desintegrar, Yoes que se con­funden con la espiritualidad y con el amor… Se necesita tener, dijéramos, un «ojo clínico» para verse a sí mismo, tener siempre ese bis­turí finísimo de la autocrítica, para ver todo lo que uno tiene y hacerle la disección a sus valores; sólo así se puede saber, realmente, qué es lo que uno tiene de verdad.

            Se necesita mucha observación, mis caros hermanos; somos espantosamente débiles y nos creemos muy fuertes, somos criaturas deleznables, exageradamente perversas. Nada podríamos hacer si no tuviéramos una ayuda, la que, obviamente tenemos: contamos con el poder de la serpiente sagrada, de la Divina Madre Kundalini; sólo ella puede de verdad asistirnos para desintegrar los Yoes, sólo ella, con sus flamas, puede reducir cualquier Yo a polvareda cósmica. Más intentar desintegrar los Yoes sin contar con la ayuda de Devi Kundalini Shakti, es condenarse uno a sí mismo al fracaso, y eso es obvio.

            Alguien, cuyo nombre no menciono, come­tió el error de atribuirle a la serpiente ascendente, todas las características sinies­tras e izquierdas de la serpiente des­cendente… Hay dos serpientes: la que sube y la que baja. La que sube es la Kundalini; ella se abre paso por el Canal de Sushumna, a lo largo de la médula espinal, dorsal y llega hasta el cerebro y posteriormente al corazón; la otra, la que baja, se precipita desde el coxis hacia los infiernos atómicos del hombre: es el abominable Organo Kundartiguador, o la serpiente Pitión, que se arrastraba por el lodo de la tierra, y tuvo poder para hacernos caer en el error; la otra, la ascendente, es diferente: tiene poder para liberarnos del error.

            En el pasado, es claro que algunos indivi­duos sagrados se equivocaron, e implantaron en la naturaleza del ser humano el abominable Organo Kundartiguador; pero, ¿cómo haríamos nosotros para ser sanos? Habría que implantar en el organismo humano, otro órgano como el Kundartiguador, pero que sea positivo, luminoso, antitético, opuesto al Kundartiguador. Existe, es cierto, y es la Kundalini. La misma palabra lo dice: «Kunda-Lini»; «Kunda» nos recuerda al abominable Organo Kundartiguador; «Lini» significa «Fin» (fin del Organo Kundartiguador), esto es, ascendiendo la Serpiente Kundalini, el abominable Organo Kundartiguador queda reducido a polvareda cósmi­ca.

            En «El Génesis» aparece la Serpiente Tentadora del Edén, la horrible Pitión de siete cabezas, que se arrastraba por el lodo de la tierra y que Apolo, irritado, hirió con sus dardos. Más también aparece, en la sabiduría antigua, Moisés y la serpiente de bronce que se enroscaba en la Tau, o Lingam generador (esa es la Kundalini).

            Gurdjieff cometió el error de confundir a la Kundalini con el Kundartiguador, a la serpiente que sube con la que baja, y liga a la que sube con los siniestros poderes tenebrosos de la serpiente descendente. He ahí su error, y he ahí la causa por la cual sus discípulos no lograron disolver los Yoes; esa fue su gran equivocación. A base de mera comprensión, no es posible disolver los Yoes. No niego que con «el cuchillo de la Conciencia», comprendiendo vivamente cualquier Yo, podemos separarlo de sí mismos, de nuestra psiquis, pero eso, mis queridos hermanos, no es suficiente, porque el Yo separado de nuestra psiquis, continuará vivo, no se resig­nará a permanecer lejos de casa, intentará una y otra vez volver a ocupar su lugar, se conver­tirá en un demonio tentador. Hay que desintegrar el Yo que con el «cuchillo de la Conciencia» hayamos separado de sí mismos, y nadie puede desintegrarlo con otro poder que no sea el poder de la Divina Madre Kundalini; sólo ella puede reducirlo a cenizas, a polvareda cósmica.

            Así pues, lo fundamental, mis queridos hermanos, es morir en sí mismos, definitivamente, para poder abrir la Mente Interior, y gozar de la Razón Objetiva, que es visión verdadera de lo real, experiencia íntima del Ser, y visión búdhica trascendental, divinal, más allá del cuerpo, de los afectos y de la mente subjetiva.

            A medida que ustedes vayan digiriendo todo esto, irán comprendiendo también la necesidad de vivir alertas y vigilantes, como el vigía en época de guerra, trabajando siempre en forma constante. Así como están, como se encuentran en estos precisos momentos, ustedes no sirven para nada: tienen una creación equivocada, manifestándose a través de una falsa persona­lidad; espiritualmente están muertos, no tie­nen realidad ninguna. Así como están, todos ustedes deben dejar de existir, porque si continúan existiendo así como están, tendrán que ingresar a la involución mineral de las entrañas de la Tierra; así como están, están muertos espiritualmente, no poseen la Razón Objetiva del Ser, no han conseguido la iluminación, yacen como sombras entre las profundas tinieblas. ¿Cual es la realidad de ustedes? ¡Sombras y nada más que eso: sombras! Necesitan abrir la Mente Interior, y para ello tienen que dejar de existir como míseras sombras, tienen que volverse despiadados consigo mismos, porque hoy por hoy ustedes se quieren mucho a sí mismos, se autoconsideran demasiado. Pero, ¿qué es lo que ustedes quieren, su querido Ego, su desnudez, su miseria interior, las tinieblas en que hallan? ¡No, hermanos, reflexionen profundamente, reflexionen! Deben dedicarse a trabajar intensamente sobre sí mismos, deben comprender el proceso de la lujuria, que es le peor enemigo de la disolución del Ego, el peor enemigo de la eliminación… ¿Quién no la tiene, quién no la ha tenido? Sin embargo, hay que reducirla a cenizas.

            ¿Algún hermano tiene algo que preguntar?

 

 

            P.- A Gurdjieff se le llama «Maestro». ¿El trabajó en la Novena Esfera, o sólo trabajó en la disolución del Ego mediante la comprensión?

            R.- Trabajó en la Novena Esfera, fabricó los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, pero no logró la disolución total del Ego porque rechazó a su Divina Madre. ¿Cómo puede disolver el Ego el hijo ingrato? El hijo ingrato no progresa en estos estudios. Primero que todo, antes de llegar al Padre, tenemos que llegar a la Madre, eso es obvio. ¿Algún otro hermano tiene algo que preguntar, en relación con el tema?

 

            P.- Maestro, ¿por qué siendo Gurdjieff discípulo suyo, no sabía que el único camino para la disolución del Ego es el de la Divina Madre Kundalini?

            R.- Ciertamente, él se olvidó de su madre. En antiguas existencias estuvo bajo mi instrucción, pero en su existencia última, pues él, como quiera que estaba lejos de mí, se olvidó también de su Divina Madre. ¡Ese fue su error, ese! Sin ese poder fohático, nadie puede desintegrar los agregados psíquicos; nadie, por sí solo puede lograr nada. El cuchillo de la Conciencia permite a uno separar los Yoes que ha comprendido, separarlos de su psiquis, pero eso no significa disolución. Repito: tales Yoes lucharán incesantemente para volver a acomodarse dentro de la maquina orgánica.

            ¿Hay algún otro hermanos que tenga algo que preguntar? No quiero que ustedes dejen de preguntar, porque si uno no pregunta, no comprende; hay veces que es necesario preguntar. Así Parsifal, en su primera llegada al Castillo del Monsalvat trascendente, no llegó a ser Rey del Grial por no haber preguntado el por qué de los dolores de Amfortas; de manera que siempre hay que preguntar.

 

            P.- Maestro, ¿cuántos procesos se requieren para llegar a adquirir la Razón Objetiva del Ser?

            R.- Para llegar a la Razón Objetiva hay seis grados. Obviamente, la Razón Objetiva tiene seis grados, pero el más elevado pertenece al sagrado Anklad, y se encuentra a tres pasos de la infinitud que todo lo sustenta. Ahora, cuántos procesos incluye? Tienes primero que morir completamente en ti mismo; si no desintegras el Ego, no desarrollas la Razón Objetiva. Pero a medida que vas avanzando profundamente en la destrucción del mí mismo, la Razón Objetiva del Ser se va abriendo; cuando logres el ciento por ciento de disolución del Ego, la Razón Objetiva del Ser, en ti mismo, habrá llegado a la plenitud de la perfección; entonces estarás iluminado, iluminado absolutamente, y conocerás por experiencia vivida, directa, todos los misterios del universo, nada ignorarás, y tendrás todos los poderes del Cosmos. Esto está más allá de los chacras; los chacras, repito, no son sino como pálidas luces ante la luz del Sol. Son útiles, pero muy incipientes.

V. M. Samael Aun Weor